Existe la creencia de que la consultoría -estratégica o de negocio- consiste en hacer investigaciones exhaustivas y preparar informes de 50 páginas para decirle a la empresa exactamente cuál debe ser el camino a seguir respecto a cierto problema o encrucijada.
Esta creencia suele ser cierta. La mayoría de consultoras se encargan de decirle a la empresa hacia dónde debe ir y qué decisiones debe tomar. Generalmente, esto ocurre en las cuatro áreas centrales de cualquier empresa: finanzas; marketing y ventas; operaciones; y tecnología. Lo que llamamos inteligencia de negocio.
Este enfoque tiene un riesgo: creer que sabes más del negocio que el propio cliente, y basar tu asesoramiento en tu propia experiencia. Si, como consultor, has asesorado durante varios años a empresas en un área -comercial, por ejemplo- en el mismo sector -horeca-, puede que tu experiencia sea más profunda que la del propio cliente.
Pero lo normal es que hayas asesorado a empresas de diferentes industrias y en temas muy diversos. Para el propio consultor, cada proyecto es diferente; le obliga a pensar, diseñar y aterrizar ideas nuevas. Por tanto, el consultor, salvo que esté muy especializado, no posee más inteligencia de negocio que el propio cliente.
Aún así, las empresas invierten el 99% de sus presupuestos en asesores para mejorar su inteligencia de negocio. Y dejan solo el 1% restante para la otra inteligencia.
Inteligencia organizativa
Entonces, ¿cómo aporta valor un consultor? Nuestra premisa es que el consultor de negocio debe ser experto en el continente, no en el contenido. El consultor pone los procesos, las metodologías y las herramientas mediante las cuales se da vida al contenido en el que el cliente es experto. Lo que llamamos inteligencia organizativa.
Una cadena de gimnasios recibe miles de clientes cada día, generando decenas de miles de interacciones con ellos, que se reflejan en unos KPIs o en reseñas de los clientes en google. Toda esta inteligencia de negocio puede quedarse ahí en el limbo. O puede extraerse y usarse para mejorar la propuesta de valor o impulsar un cambio cultural que refuerce la atención al cliente.
La calidad de las decisiones que se tomen depende de la calidad de la inteligencia de negocio -más que suficiente en la mayoría de empresas- y la capacidad para usar esta información de manera efectiva -la inteligencia organizativa-. Por ejemplo, con un equipo directivo que sea capaz de debatir hasta llegar al fondo del asunto y tomar las mejores decisiones; o con un equipo que tenga claro qué debe hacer.
¿Cómo podemos maximizar nuestra inteligencia organizativa? Asegurando que en nuestra empresa están vivos los cuatro colores.
Los cuatro colores de la empresa

La inteligencia organizativa o lo que nosotros llamamos, alineamiento- permite sacar el máximo provecho a los recursos, ideas y activos que tiene una empresa. La mayoría de empresas ya establecidas no muere por falta de inteligencia de negocio, sino por falta de inteligencia organizativa. Ésta se basa en cuatro pilares o energías:
Liderazgo amarillo
El Liderazgo (amarillo) se representa por un equipo gestor compacto (3-7 personas) que está alineado colectivamente sobre unos objetivos compartidos. Un equipo de líderes cohesionado y que defiende los máximos intereses de la compañía es el pilar de la empresa.
Demasiadas veces, vemos CEOs que están solos en la toma de decisiones llevando todo el peso de la empresa en sus espaldas. Un equipo fuerte es un ejemplo para el resto de la organización y permite al resto de personas tomar mejores decisiones, innovar y medrar en sus puestos de trabajo.
Visión rojo
La Visión (rojo) representa la claridad en la empresa, los criterios que se necesitan para tomar decisiones coherentes con la identidad de la empresa, sus ventajas naturales y las oportunidades que ofrece el mercado.
La principal función de los líderes es crear claridad para el resto de la organización y comunicarla de forma consistente para que todos entiendan qué hacen, para qué lo hacen y qué es lo más importante que existe ahora.
Cultura verde
La Cultura (verde) es, de forma simplificada, la manera en que hacemos las cosas aquí o lo que hacen las personas cuando nadie mira. Se compone de las creencias y valores existentes en la organización que nos motivar y condicionan para actuar de determinada manera.
Una cultura sòlida y coherente es aquella en la que las personas correctas trabajan en los puestos correctos. Por personas correctas nos referimos a aquellas que encajen culturalmente en la empresa, para lo cual los valores deben ser explícitos y específicos. Por puestos correctos, hablamos del grado de encaje funcional de las fortalezas y habilidades de la persona con el puesto en el que está. Solo cuando se dan estas dos condiciones, las personas medran.
Ejecución azul
La Ejecución (azul) hace referencia al conjunto de hábitos individuales y grupales que nos mantienen unidos y enfocados en la dirección adecuada. El principal fallo que cometen las empresas -las personas- es que quieren hacer demasiadas cosas. La falta de foco no solo hace que dispersemos nuestras energías, también nos desgasta y nos pasa factura.
Productividad no es hacer más cosas en menos tiempo, es poner primero las cosas que deben hacerse, y no hacer el resto. Estos hábitos son el sostén de las operaciones, ponen la maquinaria a pleno funcionamiento, impulsando el rendimiento manteniendo la energía del equipo alta.
Alineamiento empresarial es que las personas adecuadas remen unidas y enfocadas hacia un objetivo común.
La inteligencia de negocio es fundamental, pero sin inteligencia organizativa -alineamiento-, sencillamente las cosas no ocurren, los buenos se marchan y la empresa se paraliza.